domingo, 28 de marzo de 2010

Cristo muerto


Un hombre sabio, singularmente docto, como lo fue en los secretos escondidos en el mundo del arte, el aragonés Camón Aznar, destacaba, en un estudio sobre cómo han venido interpretando los artistas españoles la muerte de Jesús, el carácter dramático de nuestra pintura y escultura religiosa.
Es ese dramatismo intenso de nuestros cristos, constelados de heridas sangrantes y latigazos amoratados que transen de extremado dolor el rostro de Jesús muerto, rendida ya la cabeza bajo el estrangulamiento inclemente de una apretada corona de espinas.
Hay que apartar de esta dolorida visión al Cristo de Velázquez, sereno el rostro, bello el cuerpo como si estuviese a punto de despertar resucitado su lacerado corazón, el color aún ceniciento de la piel suavemente modelada. Claro que hay sangre aquí también, la sangre que lacra la interminable valía de muerte salvadora; más que sangre es un salvoconducto a la eternidad.
Las primeras representaciones en las escondidas sombras de las catacumbas de Cristo muerto, lo alzaban sobre las rocas del Templo, donde la tradición judía colocaba el enterramiento de Adán, cuya calavera aparecía sobre esas rocas. Cristo venciendo a la muerte reivindicaba triunfante a aquel otro Adán hundido bajo el pecado verdoso de la serpiente.

1 comentario:

  1. Hay una talla preciosa que usted conocerá muy bien, a mi me encanta. Es el Cristo Glorioso de San Damián. Un cristo vivo con unos enormes ojos. Derrama misericordia sobre todos los personajes que hay en la cruz, y sobre toda la humanidad.

    ResponderEliminar