Mientras curioseaba en un escaparate, leí en la portada de un libro una frase que me sorprendió por artificiosa e innoble. Decía así: “Lo falso es un momento de lo verdadero”, como si la verdad estuviera trufada de mendacidad.
Escépticos y pesimistas la tiene tomada con la verdad, que dan por inexistente, desde aquella frase lapidaria con que Pilatos, con desdeñosa ironía, retruca a Jesús: ¿La verdad? ¡Y qué es la verdad!
Decir que lo falso es un momento, es considerar la falsedad como un ingrediente incidental del tiempo. Y tampoco la verdad puede definirse como transcurso temporal. La temporalidad daría carácter efímero y de provisionalidad no sólo a lo falso, sino igualmente a lo verdadero. Ni la falsedad ni la verdad son etiquetas del paso precario de nada, sino la representación mental de la atestiguada identidad de las cosas que son como son y llegamos a saber como tales, entendiendo por cosas todo lo posible a cualquier nivel. La verdad es intemporal.
Los creyentes en Jesús identifican la verdad suprema con él, ya que fue un admirable y sublime cotilla de las verdades del Padre. Lo falso es un insulto a la nobleza del saber humano, toda vez que la inteligencia fue hecha para desvelar la verdad allí donde amanezca su luz. Prueba de sus ignominia y anormalidad es la existencia enfermiza de embusteros compulsivos. De hecho, la mentira es maliciosa, hermana menor de la calumnia e hijastra de la intriga y la falacia. Me resisto a entender que le conceda excusa fácil a su venialidad.
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