martes, 23 de marzo de 2010

El agrio sabor de la venganza


Hay que ser muy entero para abrogar de un plumazo toda exigencia instintiva que nos induzca a vengar injurias y vivir reconcomios. No hay ley que lo justifique.
La venganza es un despropósito. El hombre magnánimo no desciende a la vileza de tomar venganza de nadie ni por nada. Se venga el débil que se inyecta fuertes dosis venenosas de resentimiento para parecer fuerte. Y es que a la venganza la mueven las bielas del rencor. Ni qué decir tiene que el rencoroso malvive su vida atado a las agudas alambradas de su animadversión rabiosa. Es preso de sí mismo, sin libertad para obrar a plena satisfacción, porque la venganza no satisface, amarga y corroe las entrañas donde no habita el sosiego.
Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, porque el hombre vengativo es calculador, enfermo de su misma condición cobarde. Vive clavado en el mismo puñal que blande con dos manos. No le pidáis esplendidez y entereza de ánimo. Dejadle errar y que medite ensimismado la ocasión de declarar su condición salvaje. Es un proscrito de sí mismo, pues no acepta las reglas caballerosas del noble juego de ser íntegro y magnánimo.
Si queréis curar el odio, enseñad a perdonar.

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