He leído en algún sitio que la globalización esfumina poco a poco los estereotipos zafios con que, en el transcurso del tiempo, han venido calificándose entre sí unos pueblos y otros, por mor de la rivalidad paleta y la autoafirmación aldeana. Se viaja más y se conoce cara a cara a la gente de cada lugar, poniendo en evidencia la superficialidad de criterios con que, desde esos intentos de preponderancia propia, se falseaba el rostro de lugares vecinos. Van cayendo motes como el de la astuta ambigüedad gallega, la arrogancia aldeana del madrileño, la apetencia pesetera del catalán y otras lindezas por el estilo.
Añadía el articulista que el análisis objetivo destierra así la simplificación con que se inviste al otro de falsas categorías que deforman la verdad. No es el análisis imparcial de la lupa con el que se trata de conocer al otro, sino la torcida tendencia de rebajarlo para encumbrar supuestamente sobre él la propia condición.
El viaje, como medio de conocimiento y relación de unos con otros, además de una forma de sana socialización, es un recurso cultural importante. No hay mejor modo de hojear la geografía, admirar sus paisajes y valorar sus gentes. El lugareño horizonte habitual que habitamos se amplía y enriquece de redundante manera, y entre las barreras que vamos derribando, cae también la de los estereotipos que ha inventado la historia cateta de los que reducían el mundo a la estrecha parcela particular “de mi pueblo” y su propio yo.
La globalización despersonaliza, porque borra diferencias, generaliza actitudes y modos de ser, pero trae alguna bondad que otra y allana limitaciones. Del mal, el menos.
Añadía el articulista que el análisis objetivo destierra así la simplificación con que se inviste al otro de falsas categorías que deforman la verdad. No es el análisis imparcial de la lupa con el que se trata de conocer al otro, sino la torcida tendencia de rebajarlo para encumbrar supuestamente sobre él la propia condición.
El viaje, como medio de conocimiento y relación de unos con otros, además de una forma de sana socialización, es un recurso cultural importante. No hay mejor modo de hojear la geografía, admirar sus paisajes y valorar sus gentes. El lugareño horizonte habitual que habitamos se amplía y enriquece de redundante manera, y entre las barreras que vamos derribando, cae también la de los estereotipos que ha inventado la historia cateta de los que reducían el mundo a la estrecha parcela particular “de mi pueblo” y su propio yo.
La globalización despersonaliza, porque borra diferencias, generaliza actitudes y modos de ser, pero trae alguna bondad que otra y allana limitaciones. Del mal, el menos.
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