jueves, 11 de marzo de 2010

El desván de la memoria

Los estrechos límites de la memoria obliga a más de uno a establecer alguna extensión donde depositar lo que de otro modo quedaría relegado al olvido de un momento a otro. Es una manera útil de delegar en lugares convenientemente reservados la función de hacer presente en la conciencia lo que de suyo la memoria tiende a recortar.
La memoria es un desván a veces muy a trasmano donde no es fácil poner en orden disciplinado y riguroso lo que le llegas como en tropel y hasta a destiempo. Es la despensa de la inteligencia y de la vida, ya que se nutre prácticamente de todo. Palabras, datos que va coleccionando el conocimiento, experiencias de todo tipo que hieren o acaricias los sentidos, emociones, todo acaba por apilarse en el hondón sin orden de la memoria.
La memoria queda a veces tan atiborrada de datos y nociones, que tiende a desaguar sus excesos descargando contenidos como quien gotea y que quedan así relegados al olvido, ese aliviadero y excusado, con perdón, de la memoria. Claro que hay memorias privilegiadas que lo consignan todo, lo registran todo, lo fijan y graban todo; memorias que lo tienen todo siempre a punto como en bandeja con ejemplar puntualidad y prontitud. La mía es un desastre y su estrechez desastrosa..
No me queda otro recurso que aportarle un sucedáneo que cubra sus carencias: la agenda. En la agenda está todo minuciosamente estructurado y medido: los meses, uno tras otro como orugas procesionarias, las semanas, los días con su numerada precisión, con cifra y el nombre correspondiente, señalando los festivos y laborables, unos renglones suficientes para reseñar sucintamente el dato que hay que hacer presente en su día, y una cinta de color que te precisa el día exacto en que estás, delicado pormenor que no acostumbra a tener muy en cuenta mi distraído quehacer.
Dicen que la memoria es la inteligencia de los tontos. Menos mal: yo no tengo memoria. Tengo agenda.

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