La sabiduría evangélica es de una riqueza tan insondable y misteriosa, que hace sabios, no a los que se acercan curiosos a consultarla superficialmente, cuanto al que, desde la humilde sencillez del que no sabe, se esfuerza por desvelarla para hacerla suya.
Dice bien Jesús cuando manifiesta que el hombre tiene su tesoro allí donde ha pone su corazón. Que es como decir: dime qué es lo que amas y te diré quién eres.
¿Pones la vehemencia de tu corazón y tus apetencias en el dinero? La soledad de la avaricia acabará siendo tu tesoro. ¿Te complaces en alimentar tus preferencias en la holgada comodidad de no hacer nada? La inútil holgazanería es lo que define la v vacía frivolidad de tu comportamiento. ¿Prefieres acicalar el rostro antes que iluminar los oscuros rincones de tu conciencia? La superficialidad y la apariencia son toda la presunta excelencia de tu valía. Y por el contrario: ¿Pones tu curiosidad en la satisfacción de abrir de par en par la ventana de tus conocimientos? Un amplio horizonte de brillantez iluminará, de amanecer en amanecer, todos los recovecos de tu mente y te capacitará para comprender el mundo.
Jesús puso su corazón en el servicio amable de la solidaridad para con pobres, desvalidos y gente marginada, porque, lejos de la comodidad indiferente del rico, se identificaba con el hombre herido por la miseria y precariedad.
-Venid a mí, invitaba con voz enfermera, siempre acogedor, a deprimidos y atribulados, que yo os proporcionaré el saludable alivio de mi descanso. Y es que Dios había puesto su corazón en el pecho del hombre. ¿Qué menos que el hombre rompa sus frágiles ídolos de porcelana y ponga el suyo en el pecho solícito de Dios? ¡Quién lo duda!
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