A los pueblos primitivos, que aún los hay, les define su agresividad. Han vivido largos lustros acosados por la amenaza salvaje del clan vecino y las alimañas que pueblan el bosque, y tienen siempre a mano la lanza y la flecha.
Cuando esos pueblos se asientan, las secuelas de su pasado inmediato siguen dictando costumbres y atrasos que el sentido común reprueba, y es así como cambian la lanza por la piedra, e incluso sus leyes establecen que al que delinque, se le lapide, se le excluya matándole a pedrada limpia.
Israel no era ajena a esta despiadada manera de neutralizar la presencia adversaria del otro. Y el otro en los evangelios es Jesús de Nazaret. Su doctrina chirría en el frío corazón escribas y fariseos, y no le reconocen, ya que no piensa como ellos. Será él quien salve de sus manos, de ser apedreada, a una pobre y dudosa mujer a quien han sorprendido en adulterio. A él mismo, se le intenta despeñar por un precipicio en su propio pueblo, porque no creen en él y la sinceridad de su palabra les encoleriza. Y ya en lo sucesivo, escribas y fariseos, envilecidos como maleantes, intentarán apedrearlo una y otra vez , presos de una perversa obsesión, hasta conseguir que se le asesine como a un sedicioso más, no sin antes someterlo a toda clase de infamias y vilipendios .
En la primitiva Iglesia, el primer mártir de nuestra historia muere a los pies de Saulo salvajemente apedreado. Otra vez las piedras. ¿Qué culpa tienen las piedras?
Se me eriza el alma al ver que el primitivo recurso a la piedra sigue vigente en determinadas latitudes y el asesinato fácil y consentido sigue siendo el macabro procedimiento popular para excluir la piedad cristiana del suelo que pisan otras religiones propicias a la exclusión asesina, en nombre de Dios.¡Qué paradoja!
Cuando esos pueblos se asientan, las secuelas de su pasado inmediato siguen dictando costumbres y atrasos que el sentido común reprueba, y es así como cambian la lanza por la piedra, e incluso sus leyes establecen que al que delinque, se le lapide, se le excluya matándole a pedrada limpia.
Israel no era ajena a esta despiadada manera de neutralizar la presencia adversaria del otro. Y el otro en los evangelios es Jesús de Nazaret. Su doctrina chirría en el frío corazón escribas y fariseos, y no le reconocen, ya que no piensa como ellos. Será él quien salve de sus manos, de ser apedreada, a una pobre y dudosa mujer a quien han sorprendido en adulterio. A él mismo, se le intenta despeñar por un precipicio en su propio pueblo, porque no creen en él y la sinceridad de su palabra les encoleriza. Y ya en lo sucesivo, escribas y fariseos, envilecidos como maleantes, intentarán apedrearlo una y otra vez , presos de una perversa obsesión, hasta conseguir que se le asesine como a un sedicioso más, no sin antes someterlo a toda clase de infamias y vilipendios .
En la primitiva Iglesia, el primer mártir de nuestra historia muere a los pies de Saulo salvajemente apedreado. Otra vez las piedras. ¿Qué culpa tienen las piedras?
Se me eriza el alma al ver que el primitivo recurso a la piedra sigue vigente en determinadas latitudes y el asesinato fácil y consentido sigue siendo el macabro procedimiento popular para excluir la piedad cristiana del suelo que pisan otras religiones propicias a la exclusión asesina, en nombre de Dios.¡Qué paradoja!
No hay comentarios:
Publicar un comentario