Obviamente, la palabra sagrada de la Escritura dice más de lo que parece percibirse en una lectura superficial o distraída de un texto, incluso a nivel gramatical. Leo en el Segundo Libro de los Reyes unas preces que no difieren muchos de tantas otras: “Ten los ojos abiertos ante la súplica de tu siervo”.
No dice que preste oídos a su voz suplicante, sino que dirija sus ojos atentos al siervo que le suplica. Importa más atraer la mirada amorosa de Dios que la formulación de la súplica misma, porque es al corazón de Dios al que va dirigida la flecha de esa plegaria. No es el propio interés lo que hay que suscitar, sino la complacencia y amable acogida de Dios.
Se trata entonces de una oración amorosa que entra en fácil contacto con el gesto complacido de Dios, cuya aquiescente mirada es la mejor respuesta. Lo importante, según se desprende de todo esto, no es rezar porque se necesite algo o mucho. Lo importante es mover el corazón de Dios desde una apelación que nace precisamente del temblor enamorado del alma suplicante.
Ni qué decir tiene que esa oración, antes de balbucirse, se ha arrodillado humildemente ante la mirada sonriente de un Señor que tiene flexible el gesto de su mano aprobadora..
No hay comentarios:
Publicar un comentario