A la Iglesia nunca le faltarán motejadores profesionales que traten de denigrar sus esfuerzos en favor de los más desvalidos. Se le ha censurado la obra desinteresada y acogedora de Caritas, alegando que en vez de repartir peces, había que distribuir cañas de pescar, lo cual sonaba muy bien, por más que quienes exponían tan acertada observación no hacían ni lo uno ni lo otro.
Caritas se ha venido dedicando a sufragar proyectos de desarrollo en países del tercer mundo, para aflorar agua, mediante la perforación de pozos, donde se carecía de ella, a abrir escuelas y hospitales donde la necesidad lo exigía, y otros menesteres más o menos imperiosos por el estilo. Lo saben bien quienes cooperan desprendidamente con ella en tan noble realización y cuantos contribuyen con sus aportaciones periódicas a mantener viva labor tan encomiable. Y es que en el reverso de la mano de Caritas está sangrante la de Jesús.
Hoy Caritas, desbordada por la estrecha penuria de cuantos el desempleo ha sumido en el desamparo, deja un tanto a una lado la caña de pescar, porque no hay dónde, y se esfuerza sin dilación a mitigar la inaplazable urgencia de dar de comer al hambriento, sin desatender la búsqueda de trabajo en favor de cuantos buenamente puede, tratando de aliviar tan extrema precariedad. Vivimos momentos acuciantes que hieren el corazón de todos, de modo que si Caritas no existiera, habría que inventarla ya, con cañas o sin ellas.
Nunca Jesús ha estado más cerca de nosotros, por más que lo retiren de los despachos
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