martes, 18 de mayo de 2010

El canto del mirlo

En el ciprés del claustro, ha anidado una pareja de mirlos. Los mirlos son pájaros más voluminosos que un simple gorrión, negros como un pecado y un tanto huidizos. Picotean entre las losas del patio y apenas chirria una ventana del claustro superior, emprenden el vuelo cautelosos y se emboscan en la fronda del ciprés.
Lo aconsejable es deleitarse sosegadamente con su canto, entreabierta apenas la ventana. Es lo m´ñas llamativo de estas aves, su canto aterciopelado de modulaciones cambiantes, ese tono brillante de su melodía, más entretenida, menos enrejada de trinos del ruiseñor incansable.
La verdad es que el ciprés es un buen enfaldo donde se cobijan aves de toda suerte. Suelen visitarnos tórtolas de suavísimo perfil, abubillas de manchas amarillas y alargado pico, palomas de variado color y furtivos gavilanes en busca de presa. Que démonos hoy recreándonos con el canto amable del mirlo.
Carlos Bousoño propone como ejemplo magistral de la figura que él llama contagio literario, el canto amarillo del canario. De semejante modo, podríamos hablar del negro graznido del cuervo, pero nunca del negro canto del mirlo. El canto del mirlo es blanco y luminoso.

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