El hombre es mucho hombre, pero más allá del hombre está Dios.
Las estrellas se encienden y apagan solas. Pero, ¡quién sabe! La técnica poderosa del hombre hace llover a mares, aquí o allá, de repentina y artificial manera, marca límites al mar mediante desafiantes malecones, y en la lejanía, ya ha hecho pinitos para poder violar un día la incólume superficie de Marte, donde adelantados vigías electrónicos se han chivado de que se dispone allí de grandes reservas de agua...
Aun así, hay una lejana frontera en la trastienda del espacio que los pies del hombre no podrán hollar. El hombre es grande según las medidas relativas usadas entre nosotros. A nivel cósmico, es apenas una mota infinitesimal en el espacio exterior. No alcanza más grandeza que la que participa de Dios, a quien se asemeja porque él lo dispuso así. Y en esas estamos, toda vez que la creación es tan inconmensurable, que sólo Dios puede abarcar su innumerable vastedad apretándola en el puño. Así es como, en un principio - se me ocurre a mí -, los dedos de Dios fueron encendiendo estrellas de una en una, ya para siempre, y ahí están marcándonos distancias insalvables.
No las toquéis..Ni se os ocurra mancillar el lejanísimo cristal de su luz millonaria. ¿Para qué? Indiferentes al hombre, las estrellas se encienden y apagan solas.
LLEGARÁ EL DÍA EN QUE NOSOTROS APAGAREMOS ESAS ESTRELLAS. REACCIONAREMOS TARDE, COMO SIEMPRE
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