sábado, 29 de mayo de 2010

Una ciudad pequeña y tranquila

Una ciudad pequeña y tranquila es un regalo del que muy pocos disfrutan de modo habitual. Están los que se acercan a ella con la cámara pendiente del cuello y la cartera pegada al cinto; están circunstancialmente, y han de volver al tráfago ciudadano de las aceras impracticables y los coches vagando sin rumbo buscando dónde aparcar. Están los que acceden a ella, casi sin verla, atentos sólo a llevar a cabo transaciones comerciales. Pero sobre todo, están los residentes, los habitantes habituales del lugar, habituados a la quietud de sus calles estrechas por donde sólo transcurre gente, a su amplia plaza libre de obstáculos, familiarizados con sus altas torres y su catedral, obra de siglos, aunque sellada por laboriosas manos moriscas.
Quede la gran ciudad donde está, más allá de la lejanía. La casi claustral serenidad de las calles turolenses ignoran el ruido, la algarada y el atropello constantes
de abarrotadas calles y establecimientos. Ya llegarán las fiestas, ese desahogo anual sin ley ni roque, y entonces sí, la gran ciudad se desplazará y llenará todas estas calles a tope. Es el momento de emigrar unos días a la gran ciudad.
Mientras tanto, sigamos aquí y dejemos a nuestra ciudad-pueblo donde sus conquistadores la pusieron, apaciblemente recostada en su reposo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario