martes, 11 de mayo de 2010

El reflejo de las cosas

Cobran un especial hechizo las cosas que admiramos en el reflejo invertido de una superficie de agua: árboles, nubes, juncos, personas, edificios... Tienen un especial encanto al perder materialidad y convertirse en sueño, irrealidad, idealismo, fantasía.
Las cosas reflejadas ya no son ellas mismas en su realidad primaria y mostrenca, sino trasunto irreal de su rutinaria cotidianidad. Hay en esa otra visión de las cosas como un transvase de la corporeidad al sueño. Por eso es bella una obra artística, donde la realidad pierde el contorno sensible y se sublima, o la metáfora que trasciende el objeto figurado por ella.
Cristo transfigurado en el Tabor o traspasado por el relámpago divino de la vida resucitada, debió de quedar sumido en la transparencia de una nebulosa encendida de color. José María Rilke lo imagina florecido como un almendro, y los himnos de Pascua, con cambiante expresión, repiten una y otra vez esta idealizada imagen blanca.
Nuestro convento franciscano, meciéndose en el reflejo movedizo del agua del río inmediato, queda también como transfigurado, a manera de un cenobio inmaterial, etéreo, sólo pensado en brazos de los mimbres del sueños. Me gustaría pintarlo, si supiera hacerlo bien. No; mejor no tocarlo, como el incrédulo Tomás, con las manos. Ramón Jiménez lo hubiera dicho así también: No lo toquéis ya más, que así es la rosa.

1 comentario:

  1. Preciosa foto, la he puesto de fondo de pantalla. Mejor texto. Enhorabuena

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