Una de las formas más ágiles que mantiene al vivo la comunicación periodística actual, es la tertulia; lo prueba y explica la general aceptación que ha cobrado este fenómeno en nuestros días. La tertulia es un foro de opinión donde se contrastan los pareceres particulares de unos y otros sobre un mismo asunto. Gracejo, sana ironía, destreza dialéctica, genialidad y criterios avalados por la competencia de los contertulios, son las especies selectas de su salsa más sabrosa. Y el interés que pueda suscitar, radica en muy buena parte en la oportunidad que entrañen los temas propuestos y la habilidad de encararlos de quienes conforman el grupo periodístico.
Hay un aliciente singular que da forma a este procedimiento, y es la encontrada condición aneja a la confrontación y al debate. En esa calidad de controversia y enfrentamiento estriba todo su atractivo, dados como somos a la competición, la lucha y el juego. En la dialéctica del altercado, unos se sobreponen a otros, y hay un callado veredicto final, por parte del oyente, con que se califica a ganadores y vencidos.
Hay tertulias que se acreditan de día en día, bien conducidas por la habilidad de quien las preside y anima desde su propia calidad humana. No todas. Aun así, lo que preferentemente debiera importar siempre es el interés que suscite la materia tratada por su relieve e importancia, y el acertado tratamiento con que la competencia de los contertulios consigan desarrollarla, desde una sana altura de miras y el saber estar a lo largo del litigio. Es lamentable el guirigay en que, a veces, se incurre entre quienes, ajenos a la audiencia, no parecen perseguir otro objetivo que el de descollar y hacerse oír descaradamente, interrumpiéndose sin consideración alguna en enconada y estridente confusión, cuyo fragor impide al oyente percibir con claridad lo que se esta debatiendo. La tertulia queda así emborronada y vacía de interés.
Está claro que la audiencia no gusta de sentirse incómoda ni cambiar de canal desde el desagrado y el desasosiego. Asistir cómodos a la tertulia, desde el sillón de casa, es, al contrario, un modo de aplaudir su utilidad y el buen hacer de los tertulianos.
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