Día tras día, la liturgia navideña nos va acercando a ese Niño que nos nace, y lo hace apremiándonos como a pequeños empellones, acortando la distancia que aún queda por andar, poco a poco, de modo que se nos va llenando el corazón de su presencias, el pecho de júbilo y los ojos de su luz. El Señor está cerca, se nos urge; venid, y ya en su presencia, adorémosle.
Vivir la liturgia es vivir esta alegría acezante con ilusión, como quien sueña un hallazgo tan encantador como hallar de pronto a Dios mismo ante nosotros. Encantador es para María la menudencia blanca de su Hijo, lo es para unos ángeles que cantan entusiastas hasta desgañitarse y para unos pobres pastores pobres que no salen de su asombro. Éste es el júbilo desbordado y a veces travieso de los villancicos. Nuestro júbilo alocado e incontenible.
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