Así se expresa una canción de moda. Yo me permito disentir. Soñamos lo que no somos y queremos ser. Ni siquiera soñamos lo que queremos, se sueña en lo que urge y no se tiene, porque la necesidad insatisfecha es la varita mágica que colorea los sueños, y así, soñando, se venga uno de sus propias carencias. El hambriento sueña en disponer de una mesa rebosante de pan, y el que tiene sed, si es español sueña en un botijo, si norteamericano, en una Coca Cola descomunal.
El pueblo hebreo, débil, pequeño y siempre amenazado, soñaba en un Dios invencible y poderoso, un Dios necesario, e identificaba la paz con el arco de su poder. Los cristianos, respetando aquellas decisivas y angustiosas circunstancias, hemos sustituido el poder por el amor, y fue precisamente un judío, Hijo de Dios, quien vino a recordarnos que Dios es todo bondad y el amor es su apellido. Y justamente estos días, en Belén, se nos da una lección de puntos. Aprendámosla.
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