Mateo, que gusta de hilvanar con citas bíblicas su relato evangélico, eleva el tono del llanto colectivo de todas las madres que pierden a sus hijos inocentes, con el recuerdo dolorido del llanto de Raquel por los suyos: Un llanto se oye en Ramá, llanto y grandes lamentos.
Es el llanto amargo por todos los que todavía hoy vierten su sangre inocente en el ara encendida del nombre de Jesús. El incomprensible odio religioso con que se tiñen de sangre ciertas creencias, persigue sañudo y mata a ciegas a tantos hermanos nuestros en Irak, donde todavía hoy se habla la lengua bíblica que hablaba Jesús, en Pakistán, donde ser cristiano es asumir el compromiso heroico de serlo con extrema firmeza, en Nigeria, donde los hipócritas intereses comerciales del petroleo acaricia y acalla las voces de protesta occidentales.
Son los santos inocentes de hoy. Es la sangre que la Iglesia pone en la copa redentora de la salvación de Cristo, sugiriéndonos cómo debemos aceptar lo que él disponga de todo cristiano.
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