Se habla de una ley pendular que rige los destinos de la historia. Existe también entre poblaciones distantes que la cultura separa y discrimina.
En la cultura occidental, hay unanimidad en denunciar que hoy la vocación religiosa es un bien precario. No es para menos. Seguir a Cristo por empinadas rutas evangélicas, supone una buena dosis de amor de Dios y austeridad. Es mucho lo que el joven actual, con escasa formación en general y obsesionado con vivir sin trabas los halagos que ofrece tan fácilmente el sexo y las diversiones, ha de renunciar.
La juventud y su educación son exponente de nuestro tiempo. El mundo de los países ricos está lejos de Dios, porque el dinero y su codicia son la deidad que lo sustituye. Y Dios sigue llamando al banquete de bodas de su Hijo, por más que sólo obtenga excusas, olvidos, desaires y dilaciones. Es explicable que busque en las encrucijadas de los caminos de otros continentes, mejor dispuestos a la pronta respuesta, entre asiáticos y africanos.
Esta iglesia joven sabe que para seguir a Cristo hay que obsesionarse con ese otro atractivo espiritual del amor a los pobres como él, a los perseguidos como él, a los olvidados de los pueblos ricos, como él, a los que se saben amar entre sí como él, como ellos. Y las bienaventuranzas florecen a la sombra de las iglesuelas pobres de sus pobres poblados.
Jesús sigue llamando. Jesús sigue siendo el camino y, aquí o allá, no le faltarán nunca seguidores, a pesar de las asperezas de su cruz.
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