Hay términos en el lenguaje que si consultamos cuál pueda ser su origen etimológico, nos retrotraen a remotísimas etapas de una difícil prehistoria donde el hombre se debatía por la existencia, en y con la naturaleza, como ocurre con el verbo husmear, cuya raíz conservan, por eso mismo, lenguas tan distantes como el rumano y el vasco. Es lógico pensar que el latín fue el tamiz por donde pasó el término, de origen griego, de unas lenguas a otras.
Husmear es seguir el rastro de un animal por el olfato, y de ahí, rastrear en todas sus demás acepciones. La caza es su hábitat natural.
Muy fino tiene que ser el olfato de quienes, en la investigación científica, rastrean el dato ignoto o la ley oculta que da sentido a una tesis o resuelve un enigma. Y sin embargo, leo que hay unas diez incógnitas inextricables que la ciencia no acaba de dilucidar, como son la comprensión de la conciencia, el modo de normalizar el aumento imparable de la población, la posibilidad de disponer, grabadas en el cerebro, de nuestras más frescas experiencias, de aclarar si el espacio es o no infinito, la eventual opción de poblar un día otros mundos, de adivinar cuál pueda ser la próxima revolución industrial, llegar a saber qué es lo que había antes de la explosión energética del Big-Bang, si es que había algo, si existe un patrón que resuelva el misterio de los números primos, si no están errando quienes creen que reside en el pensamiento científico la norma para la construcción de un mundo mejor, bien que pueda contribuir a ello, si daremos, en fin, con el secreto de una segura supervivencia que el individualismo y dispersión no auguran.
Sobre todo ello hay mucho que decir y oponer, sobre todo cuando se encaran en la formulación de tales problemas comportamientos en los que, tanto el pensamiento sensato como la propia realización del hombre, ha de ser signados por la fe en un Dios que nos hizo y acompaña, porque Dios existe y la fe en él también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario