miércoles, 8 de diciembre de 2010

María, Virgen y Madre

        Algo tendría María para que Dios se fijara en ella de tan selectiva y excluyente manera. En el momento justo, eligió, entre todas las posibles, él sabe por qué, a la mejor madre. Incluso aceptando que habría otras que hubieran representado a las mil maravillas su papel maternal con toda la delicadeza y ternura del mundo, algo más tendrías María para que la elegida fuera ella y no otra. Su carne blanca y pura, el brillo estelar de sus ojos, la bondad intachable de su pecho, ¡vaya usted a saber! Pero algo tendría que no tenían las otras. Era el momento justo y ella la mujer idónea. Y el Espíritu de Dios, sin más demora, adecuó aún más el belén primerizo de sus entrañas, a la espera del otro, para inseminar su vida con la inefable de Dios, transfigurándola.
Algo tendría. Y si los ángeles le llevaron el mensaje divino que la declaraba Madre de Dios, ¿qué menos que nosotros, hermanos de Jesús, animados desde el bautismo por el mismo Espíritu divino que le hace humano a él, Madre espiritual podamos declararla nosotros también a María con filial entusiasmo?
Algo tendría. Pero a María la envuelve el misterio en las manos de Dios.
Dios te salve, María, que has obtenido de Dios la gracia infinita de ser Madre suya en la persona de su Hijo, Dios te salve porque has creído, porque te has congraciado con Dios. Dios te salve, limpísima Madre nuestra.

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