Los hechos prodigiosos con que Dios se ocupa bondadoso del hombre, no sólo son para reconocer ese bondadoso poder suyo, sino para propalarlos, para referirlos a otros, de modo que cundan en todos las alabanzas que su misericordia merece.¿No es esto acaso lo que quiere decirnos el profeta Isaías cuando proclama. “Los lejanos, escuchad lo que he hecho.” Los hechos no se escuchan, se presencian. Pero sucede que los lejanos ignoran lo que Dios ha hecho con los suyos. Por eso les pide que se detengan a escuchar.
Escuchar algo supone que alguien lo está dando a conocer. Es lo que sucede con Jesús, que requería de los que le oían, que no se limitasen con oír, sino que prestasen atención a sus palabras, de modo que les moviesen a ponerlas en práctica. Y llevar a la práctica su enseñanza implica hacer partícipe a otros del don de su palabra luminosa, refiriendo a otros lo que sabemos de Jesús y sus misterios. Todo eso va implícito en saber escuchar. Cuando no se le escucha, los cercanos son más lejanos que los que están lejos
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