Iriondo fue un amable pintor y dibujante religioso, no exento de elegancia, de la temática espiritual franciscana que informa las Florecillas de san Francisco, esa antología de tierna ingenuidad pensada desde la espiritualidad que preside y acreditó el santo con el testimonio de su propia vida.
Florecillas, en general, llamaban en la Edad Media a las antologías de episodios ejemplares espigados entre los atribuidos a un santo determinado.
No le pidáis rigor histórico a una biografía legendaria del santo y sus primeros seguidores. Es un trasunto primoroso de la vivencia entusiasta del evangelio, entendido llanamente y sin tapujos por aquel grupo itinerante de frailes menesterosos. Bastaría complacerse en el aroma fresco y puro de su simplicidad y belleza espiritual, donde se destila lo mejor del corazón humano. En todo caso, el ambiente que envuelve todos sus episodios se refleja en la verdad de la forma de vida mantenida por aquellos humildes religiosos, que hicieron del desprendimiento, de la alegría de vivir fraternalmente el evangelio, del amor a la naturaleza amiga y de la pureza de corazón, el fiel que ayuda a sopesar equilibradamente el beneficio impagable de la bondad y el parabién de esa sonrisa de poner amor donde hubiera animadversión, como instrumentos de la paz de Cristo.
Por algo, las Florecillas son uno de los libros más traducidos y editados en todo tiempo y en todas partes.
En alabanza de Cristo. Amén
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