Está la ceguera y oscuridad de los sentidos, está la ceguera mental, tan abstrusa a veces, y muy cerca de ésta, la ceguera del alma, sumida en la noche opaca de la falta de fe e incluso de la mala fe.
Atento sólo a Cristo, que es la luz que sueñan sus ojos, la fe de Bartimeo es una fe sin miramientos. Una fe puntual, porque Jesús pasa de largo y hay que sorprenderlo a tiempo. Todo lo demás no cuenta o cuenta poco. Nada importa lo que digan los demás, que le quieren hacer callar. Cree en Jesús de irrefutable manera, necesita de él, y en él es donde hallarán sus ojos la luz que necesitan.
Una fe ardiente como la de Bartimeo puede hacerse palabra, y es la intensidad desaforada con que grita, lo que consigue que Jesús se detenga a oírle. El mar de palmeras de Jericó presenció el prodigio. En ese instante, son los demás los que ahora callan, porque está hablando Jesús.
Ojala que la fe de los cristianos se aproximara a la de Bartimeo en todo trance. Sabemos que tenemos que confesar a Cristo en toda circunstancia, con denuedo incluso. No se comprende entonces la vergüenza que impide a algunos hacer gala de la gracia de su fe ante un mundo hostil. Ahí, en la adversidad es donde ha de desplegar la fe la pancarta de su contenido glorioso, a voz en grito, restallantes de divina luz los ojos.
Ojala que mi fe se aproxime a la de Bartimeo para poner la mirada en Jesucristo y no en lo que dicen los hombres. Dios dice: Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso, por lo tanto es una verdadera herejia y blasfemia decir que lo que dice un hombre es infalible. Arrepientase y escapa por tu vida, con Su palabra no se juega...
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