miércoles, 23 de marzo de 2011

La sombra de la cruz es alargada

         Tres veces afirma Jesús, en Mateo, su ineludible condición mortal. La tercera, a todos sus discípulos, presuntos testigos de lo que todavía no entienden, por más que lo habrán  de asumir. Jesús les precede con increíble decisión.
Y de pronto, Santiago y Juan, desviando insensibles la atención hacia su exclusivo provecho, cometen el dislate de solicitar codiciosos un lugar preeminente en los cielos junto a Jesús, quien mantiene todavía en la mente, como ascua, la imagen temblorosa de su muerte.
Los discípulos se quedan pasmados. Sería de ver los ojos asombrados de todos. Jesús sosegadamente recupera al punto su discurso, para invitarles a beber de las heces amargas del cáliz que a él le está reservado. Y seguidamente, se acoda en la incoherente ocurrencia de su dos discípulos para recordarles a todos que no es la codicia de la excelencia ni del poder, sino el servicio desinteresado a los demás, lo que ha de presidir su quehacer evangélico entre los hombres.  
Y les haría ver que también es alargada la sombra de la cruz.

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