Con el ayuno, fariseos y discípulos de Juan urgen a Dios para que instaure el reino de Dios entre los hombres. Sólo que el reino de Dios ya ha llegado de la mano del Hijo en quien Dios tiene todas sus complacencias.
No se percatan de ello, porque les falta el olfato de Dios, ese sutil presentimiento de su presencia intangible, pero real.
Jesús les desengaña declarando que no guardan luto los que celebran como unas nupcias la nueva alianza entre Dios y los hombres, sino que el reino ya instaurado invita a dar saltos de alegría.
¿Por qué no afanarse, entonces, por dar con las llaves de la fe, que abren a todos las puertas misteriosas del reino?
Que preciosa expresión de Jesús cuando le dice al apóstol Pedro sobre esta piedra dificaré mi Iglesia. La piedra (la roca es Cristo, el Señor) es la afirmacion ferrea del apódtol Pedro la que ratifica el fundamento de la Iglesia, cuando le dice: Tú éres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Esta expresion en nuestros labios es la que nos habre las puertas para entrar en la gracia de Dios por medio de su Hijo Jesucristo, redentor de los que expresamos como Pedro tales palabras de Fe.
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