Prosigue aquí esa antinomia entre modos de rezar contrapuestos. Los paganos, desde un concepto mágico de una fe mítica, usan fórmulas cuya ineficacia les obliga a tachar por inútiles. No es así como reza el seguidor de Cristo. El hombre de fe ha de dirigirse a Dios confiado, con simplicidad y perseverancia, a sabiendas de que él escucha atento y atiende solícito nuestras necesidades, porque conoce de antemano nuestra precariedad.
No dudemos de la eficacia de la oración; dudemos de la inseguridad con que rezamos, porque el que busca, encuentra.
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