El pasaje de las tentaciones es un tira y afloja, un pulso tirante entre la pertinacia de la maldad tentadora, siempre artera, siempre emboscada en la mentira, y la bondad seria e imperturbable de Jesús. En realidad es un regreso al paraíso, desmantelado por el desafuero de Adán, recuperada la antigua inocencia ahora por Jesús, que desarma la perversidad diabólica rescatando la dignidad del hombre. Tres veces, como quien conculca la maldad para siempre. El número tres en el lenguaje bíblico es signo perfecto de la divina grandeza.
Para Mateo, este pasaje es como un prólogo y anticipo de la pugna dramática que van a mantener enconadamente, a lo largo de todo el evangelio, las intrigas del mal y los poderes del reino. El mal, significado en todos los ardides y pruebas tentadoras que tenderán a Jesús sus adversarios de recalcitrante manera, junto a la bondad, patente en la recuperación de posesos, curaciones de desvalidos y la enseñanza justificadora de Jesús, culminarán en el fracaso aparente de Jesús en la cruz y su resurrección triunfante y gloriosa en las manos del Padre
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