lunes, 7 de marzo de 2011

La parábola como recurso dialéctico

        Los evangelios nos dicen que Jesús hablaba en parábolas a la gente. Sucede que, en alguna ocasión, recurre a la parábola para dirigirse también a los mismos sumos sacerdotes, escribas y ancianos.
La parábola es sugerente y exige del oyente descifrar su sentido oculto, lo que supone un ejercicio añadido de reflexiva atención. Se llega al seno de la parábola como en espiral, recapacitando. Enfrentarse a los dirigentes religiosos del pueblo es un riesgo muy alto y peligroso, y la parábola ofrece una forma un tanto apagada y menos frontal, más oblicua e indirecta, de señalar con el dedo la gravedad del comportamiento destructivo de tales personajes para con los designios de Dios. Con todo, para oyentes tan principales, una acusación de esa envergadura, por velada que sea, tiene calidades de provocación, de modo que ellos no disimulan un primer intento airado de echarle mano al audaz predicador, medida que dilatan al punto por prudencia; la gente está con él.
Jesús ha corrido el riesgo porque entiende que hay que avisarles de la aberración que les ciega, por más que sabe que cantarles las verdades del barquero es como avivar carbones escondidos en la ceniza de la ira. Jesús lo sabe; Jesús sabe que está encareciendo su muerte. Y el caso es que ese gesto atávico de prenderle los sacerdotes, tiene muy mal cariz. Uno se sobrecoge. ¿Qué pensarían estremecidos los apóstoles?

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