Jesús es audaz. Hay que desengañarles de tan peligrosa equivocación y les hace frente arriesgando su vida. La parábola de los viñadores asesinos es una acusación palmaria, y ellos comprenden indignados su sentido al punto y deciden echarle mano. El miedo a sus seguidores, que son multitud, lo impide. Pero las espadas quedan en alto.
domingo, 6 de marzo de 2011
Los viñadores asesinos
Jesús sabe de antemano quiénes le van a matar. Son, además, los que entorpecen la pronta implantación del reino entre los hombres, oponiéndose a la enseñanza y palabra de Jesús, que es palabra de Dios. En su nombre, torpemente, impiden que Dios se establezca entre ellos en la persona de su Hijo. Y están convencidos de que obran bien y no dudan de matar santamente y tiran piedras impunes a su tejado, porque no ven más allá de sí mismos. Han perdido el olfato de Dios, esa sutil intuición espiritual que discierne su presencia como la mano que percibe palpitante el pulso en la muñeca del paciente.
Jesús es audaz. Hay que desengañarles de tan peligrosa equivocación y les hace frente arriesgando su vida. La parábola de los viñadores asesinos es una acusación palmaria, y ellos comprenden indignados su sentido al punto y deciden echarle mano. El miedo a sus seguidores, que son multitud, lo impide. Pero las espadas quedan en alto.
Jesús es audaz. Hay que desengañarles de tan peligrosa equivocación y les hace frente arriesgando su vida. La parábola de los viñadores asesinos es una acusación palmaria, y ellos comprenden indignados su sentido al punto y deciden echarle mano. El miedo a sus seguidores, que son multitud, lo impide. Pero las espadas quedan en alto.
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