La liturgia llama lenguaje pneumológico al constituido por gestos relativos al Espíritu Santo, como la imposición de manos, invocando su concurso, sobre las sagradas especies, antes de consagrarlas. La imposición de manos, además. forma parte feliz del lenguaje evangélico de Jesús. Es la manera más preclara de dejar consagrado su uso.
La preferencia de Jesús por los pobres corre parejas con la que distingue a los niños, en la ingenuidad de cuyos ojos se complace él en ver el brillo impoluto de la sencillez. El niño es un remedo del hombre primigenio que todavía no ha ofendido a Dios. Jesús los abraza cariñosamente y los bendice, como bendice el pan, como bendice a Pedro que le confiesa Hijo de Dios. Los bendice exactamente imponiendo sus manos sobre ellos.
La imposición de manos es un gesto que apela a aquel otro del dedo de Dios a que alude también Jesús. Con él pone Jesús protectoramente a la sombra del Espíritu divino a esos niños que su palabra ejemplifica y llena de significado. Y al fin, en ellos, como en los pobres, el desvalimiento es también palmario.
Los que dejamos de ser niños hace décadas, lo comprendemos perfectamente, por más que se diga que todos llevamos un niño dentro, muy empequeñecido ya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario