No es otra cosa lo que les sucede a los fariseos con respecto a Jesús. Rechazan su mensaje sin contemplaciones, rechazan su mesianismo como una vana presunción, pero ante el hecho incontrastable de sus prodigios que no pueden negar, retuercen su comprensión de la realidad para borrarla de su mente como sea y ni les preocupa caer en la contradicción de falsificar las actuaciones de Jesús atribuyéndoselas al diablo. Todo vale con tal de negar como sea el buen nombre de Jesús y la obra que Jesús realiza en favor de gente desvalida y atribulada.
Se recurre así a la mentira para no admitir la verdad que define y alienta tan poderosamente en Jesús. Se recurre al engaño de sí mismo, sin otro objeto que no admitir lo innegable, rozando las formas más egoístas de la obstinación en la maldad. Qué difícil es curar al sordo que no quiere oír.
No deja de ser una falsa estrategia, y no borrarán así a Jesús del corazón de los hombres. Su palabra puede llegar a ser imperceptible si no acallamos todo lo que no sea amor a la verdad y al bien. Y ocurre que el amor a la verdad acaba siempre en amor de Dios.
Reflexión: Las dos princesas
No es fácil conocer bien a personajes cuya condición relevante les obliga a esmerilar su presencia bajo capa de discreción y buena imagen. En este contexto, la inocente espontaneidad de las dos princesas, hijas de los Príncipes de Asturias, permite entrever su sencillo modo de ser. Dª Sofía se muestra reservada, seria, observadora de cuanto ve, como de persona a quien interesa todo lo que puebla su entorno. Dª. Leonor es extravertida, alegre y de una simpatía que encanta, como su rubia belleza infantil. Hay un común denominador en el parecido entre ellas y sus primos, hijos de Dª. Cristina. Responde, por tanto, a herencia borbónica de última hora. Sofía y Leonor son dos personajes complementarios, frágiles todavía, a la manera de las parejas clásicas que llenan la literatura. A mi me gustan las dos por igual, la una, curiosa, por su sed de conocimientos, como una investigadora en ciernes; la otra, jovial, de fácil sonrisa tierna y rubia, tan cercana en sus modales a los de su preclara tía Dª Elena. No tengo preferencias. Las dos.
Rincón poético
EN GETSEMANÍ
De ver a Cristo llorando,
me dan ganas de llorar,
Que lloren los que se acercan,
porque le quieren matar.
Contigo, así, nadie logra
el don de vivir en paz,
a pesar de los olivos
que hasta olvidan su ideal.
Decidle al viento que calle,
que queremos escuchar
qué cosas le dice el ángel,
parece que sin hablar.
Olivos que estáis con él,
testigos de su verdad,
contadnos lo que habéis visto
tan cerca de él y calláis.
Aula de sus sinsabores
ha hecho de vosotros ya.
Contadnos lo que habéis visto,
pues que le visteis llorar.
Getsemaní es una escuela
donde se aprende a rezar;
su silencio es el maestro
que nos enseña a callar,
y así, callado, no acierto
ni a acercarme y a pensar,
que al ver a Cristo llorando,
me dan ganas de llorar.
(De Los labios del viento)
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