jueves, 5 de julio de 2012

El supuesto pecado de curar

    Cumplido el primer periplo de su predicación de aldea en aldea, regresa Jesús de nuevo a Cafarnaún. Su fama se consolida cada vez más. Una familia lleva un paralítico a Jesús, descolgándolo por un agujero practicado en el techo de la casa.
A Jesús le sorprende la fe de estas personas, se deja impresionar por el estado de postración del enfermo, y cura sin más al paralítico: Tus pecados son perdonados, dice Jesús, con lo que consigue vencer la esclavitud que paraliza al paciente,  devolviéndole la libertad de no depender para todo de los demás.
Isaías había dejado dicho de Cristo: El Espíritu del Señor me ha enviado para dar libertad a los oprimidos.
    A los adversarios de Jesús, que no saben que son enemigos de Dios, les hace ver que curar  perdonando no es mayor blasfemia que curar sin más lo incurable, prodigio que sólo Dios puede realizar; y es que tampoco saben que Jesús es tan divino como Yahvé, del que proviene. Que Jesús nos enseñe a fomentar el amor a los mermados en su libertad.

Reflexión: Dando la nota

    Eso de calificar lo que se ha hecho, justipreciando el resultado bueno o malo, es un cometido humano y divino de siempre. Ya  en la creación, el Señor va evaluando, de manera pormenorizada, el acomodo de las cosas al proyecto creador, y comprobó que el resultado era de lo más satisfactorio. Son las primeras notas que se ponen en la historia del mundo y de la humanidad.
    Ahora, evaluado el aprovechamiento de cada chaval, en función de las pruebas a que se le ha sometido, el coordinador ha de entregar a los padres las calificaciones correspondientes a cada estudiante, en diálogo personal, y no siempre el talante de los progenitores del niño es todo lo paciente que requiere el caso, prontos a derivar culpas a quien sea, el profesor, el Colegio mismo. Siempre es un mal momento el de hacer justicia, para quien la sentencia no resulta favorecedora.

Rincón poético

        NO VAYAS TAN DE PRISA

    Ya soy viejo, mi Señor;
    mis fuerzas se debilitan
    e ir al paso que vas tú
    entraña lucha infinita.
    No te enfades si te digo
    que no vayas tan de prisa.
    No creas que me retrasa
    mi indolencia o que me irrita
    tener que ir detrás de ti
    acezante y cuesta arriba.
    No eso; pues tu presencia,
    mi Señor, es mi delicia.
    ¿No eres la palabra, oh Dios,
    que da sentido a la vida?
    Sin ti, Señor, sin tu arrimo
    señero, no sé qué haría.
    A este anciano le flaquean
    cada vez más las rodillas
    y su aliento se adelgaza
    como remedo de brisa.
    No te enfades si te ruego
    que no vayas tan deprisa.
  
(De Andando el camino)

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