lunes, 23 de julio de 2012

Yo soy la vid

    En el evangelio de Juan, Jesús recurre a la viña, símbolo bíblico del pueblo escogido, para persuadirnos de que su dueño es Dios Padre, porque él la plantó, es decir, es quien hizo suyo a ese pueblo y pactó con él. Quien permanece en los mandamientos de Jesús, o si se quiere, quien le ama y es consecuente con ese amor, permanece en Jesús que le revitaliza con su gracia.   
    El evangelista varía la frase: permanecer en Jesús, permanecer en su amor, cumplir sus mandatos, que en realdad son una misma cosa. Permanece en Jesús quien, por amor, lleva a la práctica sus enseñanzas.

Reflexión: Palabra para todos

    Sé de varios personajes más o menos eminentes que confiesan, sin ser precisamente hombres de fe, tener siempre a mano un ejemplar de la Sagrada Escritura, en su mesilla de noche. Quiere decirse que sienten especial preferencia por su lectura. Sucede que la Biblia ofrece lectura preferencial a gente bien formada que sabe mirar con objetividad los valores que encierra el libro sagrado. No será para ellos, como para nosotros, palabra de Dios, pero tampoco palabra al uso como la de otro libros sobresalientes. La Biblia está por encima de todos los demás. Para nosotros los cristianos, es comprensible que la palabra de Dios no oculte ni siquiera a los profanos su misterioso atractivo. Una piedra preciosa puede ser valiosa para unos y simplemente una bella piedra para otros. Alegrémonos de que vean y escudriñen esa palabra, aunque no lo sea a la luz de la fe, sino de la palmatoria temblorosa de nuestra inteligencia. La palabra de Dios, como la lluvia, nunca se retira sin dejar una pizca al menos de su fecundidad en la tierra que moja.

 Rincón poético

ALMA DE CRISTO, PACIFÍCAME

Mi amor es un ciego
que te reconoce;
no importa si alumbra
la luz o es de noche.
Soy como la oveja
que sabe tu nombre.
Te sienten cercano
mis intuiciones.
Me falta que un día
tu paz me controle.
Te amo a ramalazos,
caballo al galope,
casi siempre a expensas
de mis emociones.
No soy tan sereno
como aquel buen hombre
de Asís, que gustaba
rezar en el bosque,
al salir el día
o al entrar la noche,
domada su sangre;
la mía va al trote
y a veces parece
que he perdido el norte.
Pon mesura, oh Dios,
en este derroche,
en este ajetreo
de vacilaciones.
Clávame tus clavos
en mi carne innoble,
que esa es la limosna
que te pide un pobre.

(De Los labios del viento)

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