domingo, 8 de julio de 2012

Manifestación de Jesús en Nazaret

  Jesús, ya famoso por sus prodigios y la novedad de su palabra, decide darse a conocer a sus paisanos, revelándoles su propia identidad mesiánica, para lo que se manifiesta a la luz del profeta que marca las condiciones que ha de reunir el mesías enviado de Dios.
    La gente, que ha oído hablar prodigios de él, pone todos sus sentidos en ver lo que hace y dice, con toda expectación. Abre Jesús el rollo de la Biblia, y al comentarla, se identifica con ese mesías de que habla Isaías en el texto, de modo que los vaticinios mesiánicos de la Escritura se cumplen en su persona taxativamente. Ese de quien habla el profeta Isaías, soy yo, les declara de sopetón.      
    La gente, escandalizada, no le cree, por más que reconozcan que habla con autoridad. Jesús, amargado, se queja entonces de que, mientras en todas partes es acogido de manera manifiesta, en su pueblo le miran con recelo y no aceptan lo que dice. Y como si les sentenciase, recuerda cómo, en la Escritura,  Dios, desatendido por los suyos, se desentienda de ellos y preste su favor a los gentiles. Y así ha sido también con ellos.

Reflexión: Duermo, luego no existo

    El filósofo francés Descartes hace consistir la existencia en la percepción consciente de la propia actividad mental. Uno existe, por cuanto se da cuenta de que está pensando. El hecho de pensar delata nuestra existencia, si bien hay quienes ni se molestan en pensar. De lo que se sigue que es dudoso de que tales sujetos lleguen a existir. Por otra parte, ¿ Descartes dormía? Porque durante el sueño queda en suspenso nuestra actividad mental de percibirnos, de ser conscientes de que pensamos. A Descartes le bastaba saberse existiendo porque pensaba, y demostrado este hecho tan relevante, podía uno echarse a dormir con toda tranquilidad del mundo. La verdad es que hoy, los dedicados a pensar, cada vez menos,  no se contentan con semejante argumento, y tranquilizan sus dudas sobre su propia existencia con pruebas más sofisticadas y eficientes. Creo yo.

Rincón poético

EL COLOR DE LA BRISA

¿Tiene color la brisa?
Tan delgada, tan leve,
no tuvo nunca sombra.
Casi ni tuvo nunca espacio.
Sí un sedoso color
de amortiguada piel,
tenue y liviano al tacto.
La suavidad es ella,
con su delgado peso
de tamo del aliento.
No de otro modo,
restriega lujurioso nuestros pies,
con suavidad, el gato.
¿Sabrá qué es el amor?
¿Sabrá amar, como el hombre?
Si no sabe, no entiendo
que sus labios apliquen
en nuestra piel sus besos.

(De Andando el camino)

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