martes, 17 de julio de 2012

Tiro y Sidón

Quien haya visitado Cafarnaún, Betsaida o Corozaín en torno al lago de Tiberíades, queda pasmado ante el aspecto de esas aldeas maldecidas por Jesús. Un terremoto destruyó las dos primeras. Betsaida, una aldea de pescadores en la desembocadura del Jordán, próxima al lago, a la que una riada pavorosa la anegó de agua y arena, hasta permanecer enterrada hasta que, en nuestros días, un benedictino descubrió su localización. Los cristianos que comprobaron la certeza del augurio de Cristo, quedarían impresionados por la gravedad del desastre.
    Jesús delata aquí la indiferencia hacia su mensaje de aldeas donde se prodigó con palabras y hechos inauditos que hubieran movido a piedad y conversión a ciudades tan paganas como Tiro y Sidón.

Refelxión: La palabra hipócrita

    La palabra hipócrita no existía en hebreo. Jesús, probablemente en Séforis, tuvo ocasión de conocer el teatro y a los mismos intérpretes de dramas griegos representados en él. Hipócrita es la palabra griega que designa al actor, en quien Jesús discierne a la persona real que finge en el escenario ser quien no es, un dios, un héroe, un soldado. Esto mismo es lo que Jesús ve en los fariseos. No son gente sencilla, sino que ocultan su propia personalidad viciada bajo la capa ficticia de otra aparente, representativa de lo que no son. A la manera de los comediantes, farsantes, fingen representar en la vida un papel que dista de parecerse a la realidad de su propio ser.
    La palabra hipócrita ha saltado del evangelio a las lenguas europeas, cobrando con el tiempo un sentido extremadamente peyorativo.

Rincón poético


 EN CAMINO

Todos los caminos
van al horizonte,
unos junto al río,
otros por el monte.
Afluyen, divergen
con distinto aporte.
Sombras diferentes
en un mismo bosque.
No lo ven los ciegos.
Que pregunten dónde.

Ejes del paisaje,
el camino esconde
huellas peregrinas,
pasos pecadores,
de señores viles,
de villanos nobles,
que el camino es justo
y allana a los hombres.
No lo ven los ciegos.
Que pregunten dónde.

Y al atardecer,
el día se rompe
en luces y sombras
que arrastra la noche.
El sol se enardece
con llamas de bronce,
y el camino incendia
sin remedio el bosque.
No lo ven lo ciegos.
Que pregunten dónde.

Jesús les lavaba
los pies a los hombres.
Muchos no querían
pronunciar su nombre.
Ellos le mataron
de manera innoble.
Renace de pronto
y salen entonces
gritando su gloria
dos mil pecadores.
No lo ven los ciegos.
Que pregunten dónde.

(De los Labios del viento)

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