viernes, 13 de julio de 2012

La perseverancia

    Persevera quien mantiene la disposición de permanecer en la senda de la bondad y la práctica del amor desinteresado hacia los demás, mediante la entrega y el servicio.
    En tiempos de persecución de la Iglesia, una de las preocupaciones más inquietantes de la comunidad cristiana era cómo salir al paso de quienes, por miedo al tormento y el martirio, apostataban de la fe en Cristo. Ya la segunda carta de San Pedro avisa de este peligro, al que hay que hacer frente mediante una firme adhesión a Cristo, que murió por nosotros. Y en el evangelio aparece un dístico, un canto de la primitiva Iglesia en dos partes contrapuestas, donde Jesús dice que a quien le confiese ante los hombres, él le confesará ante el Padre, y al revés, a quien le niegue ante los hombres, él le negará ante el Padre.
    Saber mantenerse sin desmayos en la fe y el amor de Dios, exige perseverancia. Es el fruto de la firmeza en el seguimiento, opuesta a la defección de los que cogen el arado y miran hacia atrás. Jesús sabía que el camino que el abría hacia nuestro perfeccionamiento no era llano, por eso dejó dicho que con él lo podemos todo.

Reflexión: ¡Ánimo, tu fe te ha salvado

    Dar ánimo al que se ahoga, es tanto como decir. -No te dejes ahogar sin esfuerzo; tienes un salvavidas. Úsalo. ¿Qué salvavidas? La fe. Una fe ciega en Dios.
    Que alguien nos dé ánimo en trances de difícil tránsito, equivale a ponernos en pie a fin de que superemos nuestra postración. Jesús da ánimo a una enferma crónica, cuya dolencia implica impureza espiritual constante:¡ Ánimo, tu fe te ha salvado! Quiere decirse que esa invitación a incorporarnos llenos de nueva energía, supone confiar a ciegas en quien nos tiende su mano salvadora. ¡Ánimo, hombre de fe; te estás salvando!

Rincón poético

LA TRISTEZA DEL ANCIANO

El anciano está triste. Ha rebasado
una edad impensada y se le antoja
que el viejo es una piedra
en mitad del arroyo, un tronco añoso
con mataduras de tormenta.
Todo le pesa: su pasado,
su ineptitud, los años, esa carga
de haber vivido tanto, la arrogancia
con que le mira altivo un joven a su paso.
De piedra tiene el pecho envejecido
y el martillo del tiempo le golpea
hasta agrietar su fortaleza.
Duda la pierna, es torpe la rodilla
y tardo el pensamiento.
El viejo escucha y calla,
cuando en voz baja juzgan
los demás su torpeza. Le entristecen
desmedidas palabras.
Nunca responde; se retira.
Vive a escondidas. Como si habitara
el alma de una noche.
¿Por qué no mira esperanzado al cielo,
constelado de estrellas?

(De Los labios del viento)

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