miércoles, 11 de julio de 2012

San Benito: Dejarlo todo por Cristo

    Con ocasión de estos santos evangelizadores de la Iglesia, suele proponernos la liturgia pasajes evangélicos relativos al seguimiento, que exige dejarlo todo por Dios. Es la prueba más clara de lo que el hombre puede hacer por amor. Nadie mejor que Jesús para hablarnos de este tipo de renuncia amorosa. Él lo deja todo, puesto que se aparca su misma gloria al hacerse hombre, y lo da todo, hasta su vida, por la salvación del hombre, porque, como él mismo dice, no hay amor más grande que el de dar la vida por el amigo.
    En buena lógica, es comprensible que él reclame que los que le sigan empiecen por favorecer en sí mismos una disposición semejante a la suya. Darse a Cristo es darse en exclusividad. No es posible pretender compartir el seguimiento de Cristo con blandas dedicaciones contrapuestas. Él mismo lo tiene muy en cuenta cuando hace observar a los suyos que no se puede servir a la vez a dos señores. Según el dicho popular, sería  tanto como poner una vela a Dios y otra al diablo.

Reflexión: Al rojo vivo

    Entre tanta calamidad, el deporte habla español en todas partes.
    Nunca un país entero se vio vestido de rojo, el color de la selección nacional de fútbol. Era una llamarada que incendiaba de entusiasmo las plazas y las calles en un constante ulular de vivas a España. No es un acontecimiento ordinario el que este deporte nos encumbre a la gloria de este mundo. Nadie que se sienta representativo de algo faltó a la cita: príncipes, gobernantes, jefes de esto y aquello....
    Que siga la racha en que ya figuran Nadal, Ferrero, Pedrosa, Alonso...

Rincón poético

EL SILENCIO Y SU ORACIÓN

¿Tiene labios el silencio?
¿Para qué, si no ha de hablar?
Tiene aromas la palabra
justa que envidia el rosal
Cada palabra es un beso
cuando se pone a rezar.
Como libélulas vuelan
las palabras. Un altar
es un enjambre de rezos
y su vuelo deja atrás,
como lámparas, el pulso
de cada pecho, por más
que el silencio también reza
sin palabras, sin habar,
como la trémula llama
de la vela, o el vitral
encendido que ilumina
con su luz la catedral.
¿Tiene labios el silencio?
Su oración no ha de gritar
para que la escuche el cielo.
¿Grita, acaso, la verdad?

(De Los labios del viento)

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