jueves, 12 de julio de 2012

Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis

    Jesús nos invita a compartir lo que de Dios hemos recibido. Se nos ha dado, pero sin merecimiento alguno por nuestra parte. No parece que lo más natural sea reservarnos para nosotros solos lo que tarde o temprano debemos restituir a Dios, sobre todo si pensamos en la parábola de los talentos, que se nos dan para que los hagamos fructificar.
    Cabe que exista quien no sepa qué hacer con los dones que Dios nos da, y se limite a envolverlos cuidadosamente en un paño, pero cuando incluso el mismo Jesús nos explica cuáles son sus deseos y el método que hay que seguir para que esos talentos rindan al máximo, no hay excusa que valga para justificar nuestra inanición.
    ¿Qué es entonces lo que se nos pide? Jesús, mediante su Espíritu en el que vivimos para Dios, espera que, a cambio de sus favores, trabajemos por él y su verdad en la mies, que es mucha.
    Hagámoslo mostrando al mundo, como mejor sepamos, las maravillas de su amor y su bondad, para que vean así qué cerca está el Reino de Dios de nosotros.

Reflexión: ¿La sabiduría del diablo?

    Hay un adagio según el cual el diablo sabe más por viejo que por diablo. Equivale a reconocer que es la experiencia lo que hace sabio al diablo y a cualquiera que haya sumado y soporte una buena cantidad de años sobre sus agrietados hombros. Pero el diablo es la maldad, personificada en ese esperpento de irrequieta llamarada roja con rabo y cuernos. ¿Puede predicarse del diablo la sabiduría?
    La sabiduría estaba a la derecha de Dios en el origen de todo e intervino en la sabia creación de todo cuanto Dios hizo. El diablo no es sabio, es astuto, aunque se diga que la astucia es la sabiduría de los tontos. Ni tanto ni tan poco.

Rincón poético

     LA PAZ

En un mundo al que pervierte
sus espigas la maldad,
donde los menesterosos
sueñan migajas de pan
y el vicio juega, a tacadas,
en las mesas de billar,
la conciencia se rebela
y el pulso aprende a temblar,
te doy gracias porque, al menos,
quieres que yo viva en paz.

La paz se siembra y cultiva
lejos de toda ansiedad,
como quien cuida amapolas
rojas en un erial
y hace del yermo un paisaje
tan nuevo y original,
que la gente se santigua
desconfiada, al pasar.
Gracias, Señor, de que, al menos,
yo pueda vivir en paz.

La paz es un don, un alto
fruto que el mundo no da.
La justicia le tributa
pleitesía y lealtad.
Le da gracias mi alegría,
le da gracias la bondad.
Quien acoge la justicia,
que es su hermana primordial,
Dios, en prenda, le permite
el don de vivir en paz.

(De Los labios del viento)

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