miércoles, 7 de noviembre de 2012

Bienaventurados los pobres

     El seguimiento de Cristo impone una renuncia radical a todo lo que no sea darse totalmente a él y Jesús propone esa entrega como fruto de una estrategia.
    Del mismo modo que para conseguir algo importante, hay que prever las dificultades que nos puedan obstaculizar el logro final de ese proyecto, para conseguir de Cristo ser admitido al séquito de sus seguidores, hay que dar de lado a todo lo que impida esa cercanía sin fisuras que sólo se consigue con el desprendimiento más absoluto.
    Todo lo que sea llenar nuestras alforjas desde el amor propio, de intereses y preferencias contrarias a la marcha que él nos ha trazado, es adensar la vida con cargas e impedimentos entorpecedores. El Reino de Cristo es el reino del amor, donde se da todo por él. Por eso nos dice Jesús: Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.  


Reflexión: El viento no tiene color


    Lo dicho, el viento no tiene color. Llega furtivamente sin ser notado, como la muerte, que es negra como todos saben. Se percibe por el tacto, caliente o frío, suave o áspero. Tiene nombres, según el lugar por donde se nos entra y su calidad. Al viento acariciante y tenue le llamamos brisa. Al que lo arrasa todo a su paso, huracán. Cierzo es el viento helado de las cuencas de río. Lo hay baboso y relamido, con sabor a liquen, en los altos y frondosos bosques húmedos.
    El viento no sólo tiene alas, tiene cuerpo y mueve así y hasta zarandea la veleta de la iglesia, a su antojo. Hay molinillos que llaman anemómetros que miden su fuerza y velocidad. Y los hay gigantescos que hubieran desafiado con ventaja a don Quijote en las crestas de numerosas colinas. Son también maneras de estar, pero insisto en que al viento no se le ve venir; se le supone, como cuando oteamos una llanura donde la mies se mece o corretea a oleadas o los árboles se advierten sacudidos. En general, es undoso y flexuoso, porque, en definitiva, es aire. Sólo aire y no siempre puro.

Rincón poético

        A MEDIA LUZ 

No hace falta estar solo. No lo estamos.
Aunque a veces, no sé,
necesito estar solo conmigo mismo
para pensar y me conturba el ruido.
No disimula el ruido su aspereza,
sus acres rozaduras,
sus ariscas caricias,
la piedra pómez de sus arañazos.

Borrad el ruido como borra el viento
las hojas del otoño
ateridas de frío.

Sus aristas cortantes
te erizan con su desazón,
con su desasosiego.

Me basta la delgada compañía
de la penumbra y el silencio,
tan discretos los dos que no se sabe
si están, adormecida
como un remando su presencia.
Necesito estar solo
para dilucidar
por qué estoy solo conmigo mismo.


(De Paseando mis sueños)

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