domingo, 25 de noviembre de 2012

Rey del universo

    La Iglesia da fin al ciclo litúrgico actual con la fiesta de Cristo Rey, presentándolo como principio y fin de todas las cosas, el primero en todo, anunciando su Reino de amor a todas las gentes. Su Reino no era de este mundo, los fundados en el sometimiento y en el dominio territorial, sino en la vivencia libre del amor de Dios, lo que se cifra en la compasiva entrega al otro que nos necesita; y tropieza, por eso, con los prejuicios establecidos de querer verlo todo desde criterios de ley, cuando lo que importa es interpretarlo todo desde criterios de amor y de gracia.
  
Sobre la cruz, campea un rótulo que le declara irónicamente rey de los judíos, como comenta también jocosamente la soldadesca, burlándose de un rey discretísimo que no lo parecía.
    Hombre en todo y hombre humilde, nunca quiso aparecer como tal rey y lo evitó cuando lo pretendió la gente, pero no duda en declararse pastor universal de cuantos le necesitan: ése es su reino, por lo que anuncia que  viene a buscar lo que estaba perdido. Así lo intuye el buen ladrón a quien crucifican junto a Jesús, y le ruega por eso que le reserve un lugar en su Reino, oportuno reconocimiento que Cristo acoge con solícita prontitud.
    A Jesús le unge como Cristo -ungido-, Mesías, el mismo Espíritu de Dios, para que establezca entre los hombres el reinado del amor, de la justicia y de la paz. Su cometido es, pues, el ejercicio de la compasión para con pobres y desvalidos. Los pobres nos llevan a Cristo, que es el camino de nuestra conversión y vuelta a Dios.
    La Iglesia, al concluir el ciclo litúrgico con que nos ha dictado la enseñanza de Jesús, sus ansias de salvación y los signos de su identidad mesiánica, nos lo muestra ahora como principio y fin de todo, razón de ser de la misma creación, porque todo fue hecho por él y para él, como nos enseña san Pablo.
    Como pobres de Cristo, dejémonos invadir por el amor de Dios, para que la sabia de su vida mantenga unidos a su cepa regia los sarmientos de nuestra necesidad.



Reflexión: Andar a palos y dar palos de ciego

    El castellano es un idioma rico, dotado de muy variada expresividad. Acabo de reparar en una palabra que lo demuestra con creces y que tiene la particularidad de designar el objeto que le sentido y el efecto figurado producido por él. Me refiero a la palabra palo. Significa en una primera acepción, como dice el diccionario de María Moliner, “un trozo de madera cilíndrico y delgado”, bien que el palo mayor de un velero ni es tal trozo ni es tan delgado. Como efecto, palo es un golpe propinado a alguien con un palo. En general, la palabra palo arrastra tras de sí toda una serie copiosa de usos y acepciones. De ella procede palitroque, “despectivo de palo”, paliza, “conjunto de palos dados a alguien”, apalear, dar de palos a uno o a una cosa, como las espigas para aventar el grano, el arroz para que se le desprenda el cascabillo, una estera para quitarle el polvo y varear un árbol para que caiga el fruto, se trate de aceitunas, avellanas o nueces.
    Es bueno tomar el pulso al idioma y registrar palabras con sus acepciones, para evitar dar  palos de ciego al idioma.

Rincón poético

RACHAS DE FRÍO

El frío es una mano que se ha muerto,
y su caricia, desamor. No tienen
sus venas corazón. Va por la vida
sin nadie que lo arrope, acurrucado
en los harapos descosidos
de su severidad, de su rigor congénito.
Guardaos de su apariencia entristecida.
Guardaos del frío, de su frente blanca.
Los que tenéis el pulso débil
no dejéis que su mano mortecina
os toque el corazón. Sus dedos matan.
Apenas se distinguen de la muerte:
su blanca faz, la escarcha de sus ojos,
la rigidez escuálida de su enteca figurta.
Sólo la nieve es bella. La intachable
levedad de sus copos, desplegando
desfallecidamente
paisajes impolutos.
La nieve es luminosa,
deslumbra como el polvo
blanco de un pensamiento recatado
donde nevara la belleza.


(De Paseando mis sueños)

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