martes, 6 de noviembre de 2012

Dichosos los llamados a la cena del Señor

 

Jesús, invitado por un fariseo

   Este pasaje es continuación del leído ayer. Un fariseo invita a comer a Jesús, y durante la comida, un  comensal, pensando en el banquete celestial que Dios reserva a los suyos en la otra vida, exclama con entusiasmo: ¡Dichosos los invitados al banquete celestial! La Iglesia primitiva hizo suyo este elogio, llevándolo a un contexto eucarístico después de proclamar: Este es el Cordero de Dios. Un banquete donde, los que rechazaron su palabra y excusaron seguirle, serán sustituidos por humildes gentes de toda condición. Démosle infinitamente gracias por hacernos destinatarios de sus favores, dejándonos sentar a su mesa.

 
Reflexionar: A la fuerza ahorcan


    Hay quien no estudió cuando podía y ha de aplicarse ahora a ello sin remedio. La necesidad imperiosa de hallar un trabajo está multiplicando la proliferación de entidades que prometen la enseñanza en brevedad de tiempo de una lengua, porque la demanda se ha desmadrado. Está en boga la asistencia a cursillos que habilitan para el ejercicio de determinados quehaceres más allá de nuestras fronteras. Es un lado positivo de una crisis que va para largo y es de agradecer que una nación tan reacia al estudio de idiomas como la nuestra descubra las ventajas de comunicarse con quienes hablan lenguas distintas a la nuestra.


Rincón poético

CULTIVANDO EL AMOR

El amor viene y va
como la luz del día,
como el vuelo incesante
de los vencejos o las golondrinas.
Mi prójimo eres tú y mi amor te comprende,
porque me necesitas;
y así, necesitado de mi pan,
tiemblan tus manos extendidas.
Es el milagro del amor más llano;
el amor de saberte hermano, amigo,
el amor, una laña que restaña
el sufrimiento de nuestras heridas,
una mano de seda,
el corazón de una caricia.
No dejéis el rosal de la ternura
con sus rosas marchitas, 
por negarle un adarme de lluvia, la que llueven
tus manos compasivas.
No dejéis que se agoste
donde nadie lo asila,
por páramos inhóspitos
de aventadas cenizas.
Los mismos muertos que la incuria mata,
con un tazón de tila,
con una sola taza muy caliente
de amor, no morirían


(De Paseando mis sueños)

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