Cuando alguien abre la puerta de su corazón a Dios porque ha dado pie al encuentro salvador con él, no sabe los bienes que esa acogida a la palabra de Dios le está reportando. Jesús no dice a Zaqueo que le ha llegado la salvación a él en exclusiva, sino a su casa, es decir a todos lo que componen su grupo familiar.
En realidad, somos en la medida que vivimos entrañados en las circunstancias que nos determinan de modo inmediato. Cuando Dios favorece a alguien, está favoreciendo a todos aquellos de quienes dependemos, formando parte de su vida. Esa dependencia nuestra de todo lo que nos rodea, aumenta nuestra responsabilidad para el bien y para el mal de los demás. Si mejoramos, mejora el grupo al que pertenecemos. Si empeoramos, empeora el conjunto del que formamos parte. No somos islas.
Que Dios no deje de favorecernos, para que mejoren todos los que viven con cada uno de nosotros y de alguna manera nos completan.
Reflexión: La última palabra
Leo en los Proverbios esta rocosa sentencia: el hombre tiene proyectos, pero Dios tiene la última palabra.
El futuro no es nuestro, un espacio imaginario posible que aún no es y ni será para todos. Aún así, desde lógicas posibilidades todavía por venir, podemos proyectar cuanto creamos conveniente o necesario, sólo que en definitiva el futuro es de Dios. Él será quien determine si ese proyecto alcanzará cabal realización, en la medida que intentamos construir en un solar que le pertenece, o quedará reducido a las cenizas de un propósito o un sueño. Dios tiene siempre la última palabra, dueño del tiempo, esa sombra menguada de eternidad. Sólo que su benignidad respeta la voluntad del hombre y deja hacer.
En todo caso, se proyecta en el tiempo; Dios es siempre ahora de modo inmutable.
Rincón poético
EL TREN
De estación a estación,
el tren llega y se marcha una, dos veces,
y otras en sucesión. Esta llegando
siempre, pero no llega del todo a parte alguna.
Y ocurre que su marcha tiene prisa
y va azogadamente como el galgo
que no alcanza la liebre. Yo diría
que necesita largos recorridos
para correr, para cambiar de sitio,
huyendo de sí mismo como un loco
a quien persigue nadie. En ocasiones,
grita desaforado, como grita
el dolor desde el fondo sangrante de sí mismo.
Y hay noches momentáneas
que socava macizos montañosos,
para emerger de pronto nuevamente,
finalizado el túnel tenebroso.
Desde la ventanilla,
da vueltas el pasaje y se suceden
uniformados como en un desfile
los postes denegridos del telégrafo
El tren, como las nubes alargadas
de cada atardecer,
gusta evadirse hacia la lejanía.
Es un adiós desde el pañuelo
entristecido de las despedidas.
El tren siempre esta yéndose.
(De Paseando mis sueños)
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