Muerto y resucitado Jesús, en este primer discurso apostólico ante la gente, los discípulos se muestran ya como portavoces del mensaje cristiano que han de llevar a todas partes. Son ellos quienes pueden dar testimonio de Jesús, de sus hechos salvadores, y del mandato recibido de predicar la fe de Cristo a todas las gentes. El cristiano existe así porque existió Jesús, y porque sus discípulos nos transmitieron y testimoniaron su obra salvadora. Nos enseñan que Jesús pasó por este mundo haciendo el bien; que el mayor bien fue liberar al hombre de las esclavitud del pecado, porque su palabra nos hace libres, y que proclamó que Dios está siempre a favor del hombre. San Pablo subraya la unión de todos los cristianos con Cristo, por medio de la fe recibida en el bautismo, ya que Cristo, al morir, ha roto toda vinculación con el pecado; y ahora quien se une a Cristo, ha de romper igualmente con toda forma de enemistad con Dios, para vivirlo en la propia vida desde la fidelidad y el amor.
Los discípulos de Emaús, como Magdalena, han de reconocer a Jesús por la fe, si quieren abrir los ojos a su realidad divina. Pedro queda dubitativo ante el sepulcro vacío, a diferencia de Juan, que vio, y creyó al punto. Es necesario ese reconocimiento de Cristo resucitado para dar testimonio del misterio salvador que nos hace hijos de Dios.
El cristiano reconoce además que Cristo nos libera de las ataduras del mal, porque su palabra nos hace libres, y que la fe en su palabra nos congrega, mediante el Espíritu, que ahora hace sus veces, para profesar esa fe desde el amor con verdadero ahínco.
Reflexión
En los aledaños de la perfecta alegría
La alegría cristiana de fray Francisco, un poco aderezada por las ingenuas travesuras de fray Junípero, deriva con frecuencia, en la interpretación artística de los dibujantes, en buen humor y gracia bromista. Es como un modo informal de imaginar el gozo cristiano de vivir cerca de Dos. Se podría decir que existe así un catálogo completo de amables sonrisas en que ha florecido la perfecta alegría que acreditó fray Francisco. Franciscanas a las que salpica este surtidor de santa comicidad son las clarisas, selladas por el santo de Asís con la tinta fraterna de un mismo tampón.
Rincón poético
SU PALABRA
No fue su voz modosa, reposada,
o enérgica, si acaso, al censurar
caminos de extravío.
No fue su voz. Calló al morir un día
y no hay nada que diga su apacible
modulación, la calidez
de su timbre vibrante.
Nadie nos dice
cómo sonaba al despertar
de su sueño a una niña; nadie cómo,
atemperando
el llanto empecatado de María,
desnudando de pústulas leprosas
a muertos que vivían,
enderezando a cojos las endebles
rodillas, dando luz
a los ciegos...No fue
su voz, fue su palabra
inextinguible, cadenciosa,
grave y definitiva,
la que llenó de luz
inmarcesible el corazón del hombre
y prodigiosamente se encarnó,
como ese mar tan diminuto
de la esmeralda en un anillo,
en el pan y en el vino.
(De La verdad o tiene sombra)