jueves, 28 de marzo de 2013

Jueves Santo

Hoy celebramos la fiesta del amor. Si la eucaristía es el centro de la vida cristiana, hoy cabalmente es  la fecha gloriosa en que Cristo, a punto de marchar al Padre, cumple aquella feliz promesa de no dejarnos solos, para lo que instituye este misterio de amor transmutando pan y vino en  cuerpo y sangre suyos.
Es el Espíritu de Dios quien le hace presente en ese pan y ese vino, al momento de pronunciarse las palabras con que Jesús crea este prodigio de comunión con los suyos. ¿Quién pudo soñarlo? Cabe imaginar a los apóstoles atónitos ante lo que Jesús estaba realizando ante sus ojos.
Cristo, espiritualizado, vuelve a hacerse realmente nuestro, a manera de alimento, para nuestro crecimiento espiritual, cada vez que celebramos y hacemos realidad este misterio, porque el Espíritu divino que lo actualiza en ese pan y ese vino, es un Espíritu real. Por eso lo invocamos antes de consagrar, en la misa, al bendecir el pan.
El sacramento eucarístico es un don de amor que obliga a que nos amemos los unos a los otros como el nos amó, un amor que hace comunidad, una misma fe que nos une en el corazón de Cristo y un mismo pan que fortalece nuestra esperanza.
Hoy celebramos, por eso, la gran fiesta  del amor, amor a Dios cifrado en el amor de todos entre sí, como Jesús quería. Que así sea siempre.


Reflexión

Comprensión de Cristo

No basta con creer; hay que saber qué es lo que creemos, para lo que hay que acendrar nuestro conocimiento de las divinas verdades. San Pablo encarece el beneficio de obtener de Dios el espíritu de sabiduría para conocerle perfectamente mediante el esclarecimiento en nuestro corazón, de la esperanza que nos abre el horizonte de la fe hacia él, la riqueza de la gloria que nos aguarda y la grandeza de su poder que resucita a Cristo y lo instala junto a él.
  La meditación del misterio de Cristo y el recurso de la oración, son el catón de su conocimiento más perfecto.


Rincón poético

  LA PINZA

Las pinzas son dos los dedos de madera
con que tender al sol
la cegadora esplendidez
de la sábana, el negro
pantalón tan severo
que nos enseña a andar,
el geométrico olfato del pañuelo,
el arco iris rebanado
de una corbata enloquecida...
La pinza, acostumbrada a pellizcar,
ha perdido las uñas, todo dedo
rígido, autoritario, como toga,
y es como un gesto 
que comporta una pizca, 
un ápice, un adarme,
una migaja o fruslería,
apenas nada, acaso
la misma menudencia
de ser sólo una pinza deleznable.

(De La verdad no tiene sombra)

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