miércoles, 20 de marzo de 2013

Doy la vida a quien quiero


Jesús, cuando cura a un enfermo, es como si le diese parte de su vida. Es como lo entiende él, que participa de la vida del Padre. Así como mi Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quienes quiere.
A los judíos no sólo les incomoda que cure en sábado, sino que se escandalizan de que Jesús llame Padre a Dios, lo que consideraban una blasfemia, porque era como considerarse Dios él mismo. Rara vez se preguntan si un simple hombre puede realizar las curaciones incurables que él realiza. ¿Lo hacían ellos, hombres de Dios, hombres del templo? ¿Puede hacerlo alguien que no tenga condición divina?
Les falta ese olfato de Dios que tienen los santos, los que lo viven dentro de sí mismos y disciernen qué cosas son signos de su presencia en el mundo. Que Dios nos dé un poco de ese discernimiento que ayuda a descubrir su presencia y a estar cerca de él, porque es saber estar en el mundo como creyentes que somos.


Reflexión

La fe y la incredulidad

Leo un poema de un poeta de renombre que se permite chancearse irónicamente de la fe en Dios. Es el síndrome de la incredulidad. El ateo no se limita a no creer, porque estima que es lo racional, sino que persigue irracionalmente como diablo al que cree. Le indigna que otros crean lo que a él le deja frío. Tengo para mí que quien no cree, se ve obligado a cubrir ese vacío creyendo en infinitud de cosas para él necesarias. Hay un reconocido y tranquilo portero de futbol que, para conjurar la buena suerte, suele saltar hasta tocar el travesaño de la portería.
No poder creer no pude reputarse un bien, como no ver no puede considerarse una ventaja sobre quien ve incluso con agudeza. Que un ciego se chancee de quien no lo es, no tiene demasiado sentido.na sola


Rincón poético

TU SANGRE EN LA MÍA

Desde mi herida doliente
veo la tuya sangrar.
Calqué en mi carne las cinco
llagas de tu memorial.
¡Cómo me dueles, Dios mío!
¡Qué dolor tan singular!
¿Hay algo que duela tanto?
No hay nada que duela igual.
Sangras y sangras tan dentro
que no puede doler más.
¡Cómo duelen tus dolores!
La razón tú la sabrás.
Si quieres que prevalezcan
mis fuerzas sin desmayar,
restaña esta sangre mía
que no deja de brotar.
¡Toda una vida clavado
contigo en tu cruz! Jamás
pensé que tundiera tanto
sangrar contigo a la par.
¡Cómo matan, Señor mío,
las cruces que tú nos das!

(De La verdad no tiene sombra)

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