sábado, 2 de marzo de 2013

El hijo pródigo

La parábola del hijo pródigo, escenifica la enseñanza de Jesús sobre la conversión, patentizando por qué en los cielos es motivo de singular alegría la vuelta a Dios del pecador.
La parábola no usa razones que convenzan. Pone ante nosotros un desarrollo verosímil que tiende a persuadirnos de lo que no necesita razonamiento alguno, sino que se cae por su propio peso. Lo que da relieve al relato es el intento de suscitar confianza en que, fuere lo que fuere lo que nos ha arrastrado a serle infiel, Dios está siempre pronto a abrirnos sus brazos. 
Ir resueltos hacia quien sabemos que nos va a perdonar, es ya un reconocimiento de su bondad, un acercamiento cordial que habilita para el perdón el corazón herido de Dios. Es una forma de amor, algo destacable siempre, porque es desde lo que mejor se puede medir la gravedad de la ofensa, y lo que explica que se llegue así, incluso, a la dolorida expresión humana del llanto, ese desahogo divino, purificador del corazón manchado en el lodazal del pecado.


Reflexión

Agua, viento y frío

Así, coaligados en un mismo intento desestabilizador.
La gente se lamentaba con razón. Este año no había llovido suficientemente. Y de pronto, un frente de nubes compactas, obedeciendo al despilfarro de la gota fría, ocupa todo el territorio y llueve a cántaros rotos con desusada tenacidad, llueve y llueve a placer durante horas, de día y de noche, sin interrupción. Y junto al aguacero, la violencia del viento y las bajas temperaturas hacen incómodo salir a la calle casi inundada. Rachas hubo que volvían del revés los paraguas, dejándolos inservibles las más de las veces. Menos mal que las trombas marinas que, según dicen, recorrieron el mar con su enervado tirabuzón de agua, no tocaron tierra. En pleno caos incontrolable, ¡qué grato el  regreso al calor acogedor de casa!


Rincón poético

EMBATE DE AGUA Y VIENTO      

Seguramente, nunca llueve igual.
El último aguacero trajo consigo
vientos huracanados, simulando
zorros hercúleos,
y los termómetros
tiritaban de frío.
Los jóvenes corrían jubilosos,
osadamente,
a impulsos de su propio desafío.
Llovía con empeño, con vehemencia,
llovía apresuradamente
lluvia copiosa,
llovía sin cesar, como si nunca
conociera la lluvia estos lugares.
Rachas de viento exacerbado
volvían del revés
paraguas, desplegada su débil contextura.
Dicen que tierra adentro,
se acumuló la nieve de tal suerte
que nadie lo creía.
¡La silenciosa nieve,
siempre tan bella la expresión
blanca de sus paisajes, 
tan transparente el aire!
¿Son así exactamente 
los nítidos paisajes encalados de siempre?
Seguramente, nunca nieva igual.

(De La verdad no tiene sombra)

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