lunes, 11 de marzo de 2013

Creer en su palabra


Jesús se queja de que no creen en él si no ven hechos maravillosos que les impresionen, y la queja reside en que el prodigio por excelencia es él mismo y su palabra, muy por encima de sus hechos. Y efectivamente, cura en Caná de Galilea al hijo de ese padre acongojado y cree toda su familia. 
Los hechos de Jesús tienen un sentido primordial, que es su solidaridad con la precariedad humana, en un proceso de perfeccionamiento personal que le llevará a la cruz, donde la mano de Dios salvará a los hombres. Con todo, también esos hechos se convierten a veces en motivo de credibilidad para algunos, tanto que el mismo Juan evangelista dice que los signos comentados por él en su evangelio, buscan también hacer que muchos lleguen a la fe de Cristo, aunque más por lo que esos signos nos enseñan que por su espectacularidad.   
Lo importante no es fundar nuestra fe en el relumbrón del prodigio, sino en el amor que Dios nos tiene y nosotros debemos tenerle a él


Reflexión

Los primitivos altares dedicados a Yahvé

La Sagrada Escritura establecía que, al estrenar la tierra prometida, deberían dedicar altares a Yahvé, y se especificaba cómo habrían de erigírsele piedras dedicadas, pintadas de blanco con cal, en cuya superficie escribirían los mandamientos, con lo que dichas piedras quedarían convertidas en memorial de la alianza. Igualmente, con piedras sin labrar que no hubieran sido labradas por el hombre y heridas por el hierro, igualmente pintadas de blanco con cal, alzarían altares donde celebrar sacrificios de comunión. 
Es curioso cómo santificaban así las ritualidades propias de otras culturas afines, como en este caso, reproduciendo una costumbre egipcia, bien que dando al ritual un nuevo sentido, de acuerdo con su propia religiosidad.

Rincón poético

      NEVANDO

No hay huellas todavía
hollando la inocente
ternura de la nieve.
Acaba de nevar y todavía
hay copos volanderos que no acaban
de caer, débilmente suspendidos
de las hilachas de su ingravidez.
El campo está callado,
inmensamente sorprendido,
acaso anonadado
por tan blanca belleza, y en el río,
se desmayan exánimes
los sauces de la orilla.
Desde la enmarañada copa,
de unos olmos desnudos,
se desmonta la nieve
como en blanca cascada nebulosa.
Ya hace tiempo, sin prisa,
se fueron mansamente las cigüeñas,
ni rubrican el cielo nerviosas golondrinas.
La nieve está tan sola y tan desnuda,
que hasta tirita atávica ella misma.
Tiene frío el invierno y no se abriga.

(De La verdad no tiene sombra)

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