jueves, 21 de marzo de 2013

La palabra hace eternos a quien la vive


Jesús venía diciendo que la palabra de Dios no muere nunca, y que quien se identifica con ella, queda eternizado también, embebido por su gracia. Él era esa palabra encarnada, atestiguada por el Padre con signos prodigiosos ante a unos ojos cegados por el fanatismo, que no percibían más que la apariencia humana de Jesús, su humanidad palpable. Y como tampoco entendían su lenguaje, se escandalizaban de sus palabras: ¿Alguien puede ser más que Abrahán?; le replican. 
Pues sí. Abrahán oía la palabra de Dios. Jesús era la palabra ahora encarnada que existía en la mente del Padre antes que Abrahán.
Contrariados, intentan apedrearlo. Pero ocurre que la palabra de Dios no se combate con piedras. Muy al contrario; sus enemigos pasan, y la palabra de Jesús sigue vibrando, de corazón en corazón, a lo largo del tiempo. Esa es nuestra fuerza. Saber que Dios permanece en quienes permanecen en él, porque vivimos su palabra, y quienes viven su palabra, vivirán por siempre.


Reflexión

Identidad con el Padre

De modo consubstancial, el Padre y el Hijo son una misma cosa y obran de consuno. Quien ofende al Hijo ofende al Padre. La voluntad del Hijo se atiene en todo a lo que el Padre tiene dispuesto. Así las cosas, quien escucha su palabra y la hace suya, se identifica con Dios en la persona de Jesús, que es palabra encarnada, y si su palabra no muere, tampoco el que la practica y cree en él, porque se identifica con ella. 


Rincón poético

   MI SOMBRA

Mi sombra se rebela; 
no quiere estar conmigo,
a pesar de que siempre
la he prestado mi asilo.
No acabo de entender:
hace esto a un amigo,
y expresa su despego
con todo desatino.
Se arrastra por los suelos
igual que hacen los niños;
se esconde cuando al sol
lo anubla un cielo tibio.
¿No sabrá que soy yo
quien la proyecta ahí mismo?
Sin mi, nada sería;
yo la llevo y la cuido.
¡Rastrera sombra mía; 
mala sombra, Dios mío!

(De La verdad no tiene sombra)

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