A Jesús le debió de romper el alma que uno de los conjurados para matarle, estuviera entre sus mismos discípulos, comiendo amigablemente con él, como quien no sabe nada de lo que viene maquinando. La hipocresía enmascara lo peor del corazón humano, adoptando formas incluso amables y corteses. Es su redomada condición. Si de un tirón le quitáramos la careta, aparecería de pronto la cara de la perversidad.
Jesús es la verdad y ama por eso la sencillez del que es igual por dentro que por fuera; la sencillez es el rostro de la verdad, porque la sencillez nos hace transparentes y verdaderos. La sinceridad es una virtud de la que se habla poco. Amar a Jesús es amar su palabra, y su palabra es el vehículo sagrado de la verdad. Nadie que no sea sincero, podrá amar nunca a Jesús y su palabra. Y quien no es capaz de amar a Jesús, difícilmente será capaz de amar al hombre.
Reflexión
El santo de las supuestas llagas
Francisco de Asís es el santo de las llagas. Las “Florecillas" narran el hecho, fray Rufino da fe de ellos, desde la ingenua frescura de lo legendario, y el historiador contemporáneo del santo fray Tomás de Celano habla de unas protuberancias violáceas de carne endurecida en manos y pies, que recordaban los clavos de Cristo.
Hoy los expertos en franciscanismo hablan con reservas de hecho tan relevante, bien que nunca imposible. Sea de ello lo que fuere, es innegable la identificación de Francisco con Jesús, y bien pudo haber dicho con san Pablo: Vivo yo, más no soy yo, sino Cristo quien vive en mí.
Rincón poético
MUERO PORQUE NO MUERO
Pone sus labios Jesús
a las verdades divinas.
Es el lenguaje de Dios,
los ojos con que nos mira.
Amar con él, como heridos
en un mismo corazón,
es el deseo que enciende
la luz de la devoción.
Es la llama del amor
lo que nos identifica.
Arder en su misma llama
es algo que me fascina.
Clavado en la cruz con él,
morir en sus manos quiero.
Teresa ya lo decía:
Yo muero porque no muero.
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