Jesús advierte la trampa y, con un cierto desdén, se niega a seguirles el razonamiento, y no les presta mayor atención. Se limita a escribir en el suelo con aparente desinterés, no sabemos qué, mientras ellos hablan. Y cuando se incorpora, con voz acusatoria les invita a que si alguien se considera limpio de pecado, tire la primera piedra, que era tanto como decir: ¿Qué pecador tiene autoridad para condenar a muerte a otro pecador? Como si quien se dispone a matar a alguien no estuviera ya en pecado.
Los fariseos, confusos, se escabullen como pueden y desaparecen. Ahora están solos Jesús y la temblorosa mujer. Y Jesús dialoga con ella: ¿Qué es de tus acusadores? No parece que te hayan condenado. Y no seré yo tampoco quien te condene.
Era esto lo más gratificante de su oficio divino de salvador del hombre, perdonar. La raíz del mal y de la injusticia está en nuestro mismo corazón, y si no reconocemos esto, nada mejorará ni dentro ni fuera de nosotros. Sólo la conversión de ese corazón será capaz de alumbrar un hombre nuevo y un mundo nuevo donde la tolerancia, la justicia y la comprensión para con los otros determinen las relaciones comunes en una comunidad humana.
Reflexión
El papa Francisco
Merecen destacarse las razones por los que el papa se ha impuesto el nombre de Francisco. El santo de Asís hizo del evangelio su forma de vida, atento a la pobreza de Jesús y la preferencia por los más desvalidos. Es toda una declaración de cuál va a ser su itinerario espiritual, estar del lado de los más necesitados y hacer del evangelio y amor a Jesús las pautas de su pastoral. El mismo papa Francisco ha manifestado su deseo de presidir una Iglesia pobre para los pobres. Los franciscanos se complacen de la constante actualización del ideal de Francisco de Asís.
Rincón poético
ALABADO SEA DIOS
Bien quiera palabras
tan nobles y exactas
que pudiera alabar
dignamente tu nombre.
Purifica mis labios,
con tus dedos, Señor,,
que mis labios acierten
a alabarte por cuantos,
mi Dios, no te conocen.
Yo te alabo, Señor, arrodillado
ante el estrado de tu inmensidad;
quiero que mi alabanza se arrodille
conmigo humildemente,
reconociendo la infinita
delicadeza del amor sin tasa
con que tus manos cuidadosas
que dan forma a nuestra arcilla.
Yo te alabo, Señor, con la mediocridad
de mis palabras. Pon, mi Dios, las tuyas
tan cerca de mis labios, que consiga
decirte todo lo que en mi lugar
con tus palabras tú mismo dijeras.
(De La verdad no tiene sombra)
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